Trabajé en el diario LA CONCORDIA, el matutino ariqueño, cuando era director Raúl Garrido García, un hombre muy inteligente. El diario me dio la opción de trabajar como comentarista literario, como reportero nocturno y como corrector de pruebas.
Yo estaba feliz.
Me gustaba el trabajo y además me pagaban y viviendo una situación económica precaria entonces, mayor era mi felicidad, aunque no concordaba con la idea capitalista del matutino.
La dueña del diario era la señora de un tal Thomas, uno de los descendientes del artífice de la guerra contra Perú y Bolivia. El millonario salitrero. Uno de los tantos que “pelearon” en la guerra para enriquecerse sólo ellos. Los pobres siguieron siéndolo.
Eran entretenidas otras cosas, pero no ésas.
Un día conocí a C.V. y él me habló de las maravillas del socialismo. Yo sabía su buen poco sobre ello, pero no lo suficiente. C.V. era una lumbrera.
Me convertí en un rebelde del diario –a través de algunos escritos- y me costó el trabajo.
Fui, a partir de entonces, un cesante casi ilustrado.
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